El Dorado, origen de la leyenda

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La leyenda dice que rompiéndose los brazos con machetes y espadas, los conquistadores no avanzaban ni una milla al día en la selva
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Estos son los antecedentes del famoso mito del país de El Dorado y la canela, región ubicada hacia el este de la cordillera de los Andes, en las selvas orientales, en donde los conquistadores españoles pretendían encontrar fabulosos tesoros.

La codicia y la ambición de volverse ricos y famosos derivó en una verdadera epidemia entre los habitantes peninsulares de varias ciudades recién fundadas. Tal fue la avidez que en una misma temporada de 1538 coincidieron tres expediciones en la zona de Guatavita, al mando de Sebastián de Benalcázar (fundador de Quito), Gonzalo Jiménez de Quesada y Nicolás de Federmann, procedentes de lo que actualmente son territorios de Ecuador, Colombia y Venezuela, respectivamente.

Guatavita, una laguna ubicada en la región oriental del actual territorio colombiano, era visitada periódicamente por un cacique que realizaba extrañas ceremonias sumergiéndose en sus aguas con su reluciente cuerpo cubierto de oro en polvo. Este relato lo escuchó en Latacunga el español Luis de Daza (soldado de Sebastián de Benalcázar) de boca de un indígena de nombre Muequetá, procedente de Cundinamarca, quien le dijo que se trataba del señor Dorado que cubría su cuerpo de esa manera tan singular.
Un príncipe llamado Dorado
Lo que a la distancia de los siglos nos puede parecer un gran disparate, para los conquistadores de entonces era cosa muy seria. Tan seria que Gonzalo Fernández de Oviedo, connotado historiador de la época y cronista oficial de las Indias, luego de entrevistar en Santo Domingo (Hoy República Dominicana) a Francisco de Orellana y a varios sobrevivientes de la hazaña del descubrimiento del Amazonas, recogió así su testimonio: “… esta demanda de la canela no era ella sola la que movió a Gonzalo Pizarro a buscarla, cuanto por topar junto con esa especia o canela, un gran príncipe que llaman el Dorado, del cual hay mucha noticia en aquellas partes. El cual dicen que continuamente anda cubierto de oro molido, o tan menudo como sal muy molida, porque le parece a él que ningún otro vestido ni atavío es como este, y que oro en piezas labradas es cosa grosera y común y que otros señores se pueden vestir y visten de ellas, cuando les place. Pero polvorizarse de oro es cosa muy extremada y más costosa, porque cada día (…) con cierta goma o licor oloroso se unta por la mañana y sobre aquella unción se echa aquel polvo molido y queda toda la persona cubierta de oro desde la planta del pie hasta la cabeza, tan resplandeciente como una pieza de oro labrada de mano de un muy buen platero o artífice, de manera que se colige de esto y de la fama, que hay una tierra que es de riquísimas minas de oro” puntualiza en su relato.
La coca y otros productos
Desde un principio, las leyendas cobraron inusitada fuerza en Quito por su proximidad a la provincia de los Quixos (Quijos), que en 1535, es decir al año siguiente de la fundación, constaba ya como el límite oriental de la ciudad, pues desde épocas prehispánicas los indígenas serranos, desde Otavalo hasta Tacunga (Latacunga), comerciaban con los quijos a través del mercado de Hatunquijos, localizado en el umbral de la selva, al pie de las estribaciones andinas. (Frente a la actual población de Cuyuja, provincia de Napo). Se presume que de esta región selvática salían, entre otros productos, la coca que era consumida por los incas y se conjetura que el último inca, Atahualpa, cuando se acopiaba el rescate para su liberación, ofreció a los españoles unas fragantes flores de ishpingo (que tienen olor a canela) procedentes de la región de los Quijos.

La presunción es apuntalada por Pedro Cieza de León, historiador que recogió información en esa misma época. Al describir a Quito, dice que “otro camino sale hacia el nacimiento del sol, que va a otras poblaciones llamadas Quijo”. Y también cuenta que en esta ciudad “hay una manera de especia que llamamos canela, la cual traen de las montañas que están a la parte del Levante, que es una fruta o manera de flor que nace en los muy grandes árboles de la canela que no hay en España”, cuenta que los naturales de estas tierras recién descubiertas lo usan para guisar las comidas y que “lo rescatan y usan dello en sus enfermedades; especialmente aprovechan para dolor de ijada y de tripas y para dolor de estómago; lo cual toman bebido en sus brebajes”.
Tradiciones y costumbres
Quienes conocían a los quijos sabían de su costumbre de adornar sus cuerpos más que las mujeres –especialmente en ritos funerarios– con piezas de oro en sus narices, brazos y pechos. Habían escuchado también que el inca Huayna Cápac, padre de Atahualpa, estuvo hace pocos años en la región intercambiando hachas y sal con pepitas de oro que eran como semillas de calabaza. El cronista de Indias Toribio de Ortiguera le atribuye a Huayna Cápac el hecho de haber sacado en esa ocasión 30 naturales y ocho curacas de la región para llevarlos al Cusco para que aprendan su lenguaje, circunstancia que habría contribuido, además de la constante relación comercial, a la difusión del idioma kichwa, generalizado hoy a lo largo del río Napo.

En un viaje por la Amazonía ecuatoriana puedes conocer varios escenarios de la histórica ruta que siguieron los españoles y entre las experiencias que es posible vivir en esta región se incluye la relación intercultural que puedes establecer con sus habitantes kichwas, aborígenes descendientes de los quijos que conservan su lengua. Algunos de ellos te pueden participar sus tradiciones, leyendas y sus costumbres relacionadas con la obtención de alimentos y medicinas provenientes de la selva.